La conocí una tarde gris, lluviosa y anodina del mes de marzo. Entré con prisas porque ese día llegaba tarde a clase, pero al instante mis pasos se detuvieron bruscamente al sentir su presencia, que llenaba toda la estancia. Un simple vistazo al aula me bastó para ubicarla, aunque la sala estaba atestada de gente. La encontré sentada en la última fila, con su rostro medio oculto por una gloriosa melena de ondulados mechones trigueños que acariciaban con sutileza sus pómulos esculpidos en alabastro. Tenía la cabeza ladeada, la mirada perdida en un punto indefinido de la clase, pero cuando sintió que me acercaba decidido hacia ella, elevó la vista de modo desafiante y mi corazón latió desbocado.
Escuchar el timbre melodioso de su voz me llevó varios días de arduo esfuerzo; que confiase en mí tanto como para establecer contacto físico, fue una tarea titánica y agotadora. Su extrema timidez y la amargura que destilaba su bello rostro casi me hicieron desistir en mi objetivo, pero algo más profundo que no supe descifrar fue el incentivo que me impulsó a no cejar en mi empeño, a ahondar en su interior y descubrir los secretos que con tanto ahínco ella pretendía ocultar.
Dos semanas después de conocerla, cuando permitió que mis manos se posasen sobre las suyas, mi mundo se puso patas arriba. La piel blanca y sedosa de sus delicados dedos fue para mí como un bálsamo refrescante. Intenté enseñarla poco a poco, armándome de una paciencia infinita. Sentí que una corriente eléctrica me atravesaba todo el cuerpo cuando al fin se relajó bajo mi contacto y dejó que la guiase, abandonada sin condiciones a mis avances: rindiéndose a mí.
Desconozco cómo, cuándo y por qué ella descubrió que se había enamorado de mí, al igual que yo de ella, pero todos los días le doy las gracias a Dios por ese milagro. El mismo milagro que se me presenta cada vez que unimos nuestras manos y moldeamos juntos la arcilla, como si fuésemos un único ser, hasta lograr crear en el torno una sublime pieza de alfarería. Y sobre todo doy infinitas gracias por el milagro que se ha obrado en ella y ella ha obrado en mí. Se aviva mi alma cada vez que la miro a los ojos y descubro que su mirada, aunque perdida en las profundidades de su ceguera, ya no está vacía y sus heridas han sanado, porque veo reflejada en sus pálidas pupilas la felicidad que ha renacido en ella y todo el amor que me demuestra con sus manos, con su boca, con su corazón.
Desde el momento en el que Lucía me aceptó, yo he sido para ella sus ojos, su guía en el camino, su linterna en la oscuridad. Pero ella… ella es el auténtico faro, porque se ha convertido sin remedio en la luz de mi existencia.
La luz de mi existencia©ChusNevado
11 comentarios:
Precioso. Destila ternura y amor. ¿Habrá algo que no se cure con amor?
Muy bonito Chus, lleno de sentimientos, pero también con un toque erótico no explícito.
Un beso y enhorabuena.
Es precioso Chus, me encanta como la describes al principio, uff, me he imaginado a Lucia perfectamente, casi la he visto ante mis ojos... en serio, Divino!
Gracias, Yolanda. Estaba brujuleando en mi ordenador y he encontrado este relato que escribí hace unos meses para un concurso. Me he dicho, ¿para qué lo voy a dejar en el olvido de nuevo? ¡Ale, a sacarlo fuera para que se airee! Jajajaja
Besos
Gracias, Noe.
¡Si es que sois unos soles!
Muack, muack.
Joooooooooooo, que bonito Chus!!!! Es dulce, tierno, elegante... ¡me encanta!
Gracias, Mamen. Voy a terminar desgastando esa palabra, jajajaja
Un beso enorme.
Chus!!
Que hermoso escrito, cuanta sensibilidad ¡¡me encanta y me encanta!!
Eres genial
Besos y no olvides recoger tu regalo eh
Me encanta, Chus, como todo lo que escribes, petardilla. Un besazo.
Anna, Ana, ¡muchísimas gracias a las dos!
Miles de besos.
No había visto la entrada pero ya te dije cuando lo leí que era precioso y mira que casualidad, sigue siéndolo. Un besito Chus
Muchas gracias, Menchu.
Un besito enorme también para ti.
Publicar un comentario